martes, 24 de julio de 2012

LLEGÓ LA HORA, LLEGÓ EL MOMENTO: EL PODER DE DECISIÓN ES NUESTRO. (De cómo una simple mortal renuncia a una vida eterna. Parte I)



Acostumbrada como os tengo a mis paranoias monumentales, llegó el  día en que tomé una de las decisiones más acertadas de mi vida: voy a apostatar.
Para aquellos a los que esta palabra les suene a “¿cuaaaaloooo?” os comento que la apostasía es el acto de salir o abandonar una orden religiosa por un cambio de opinión o de doctrina.
Mi caso es simple: no soy creyente, no soy practicante y no quiero que mi nombre sirva para engrosar la lista de “afiliados” a la religión católica cuando leo en titulares de la prensa que el 80 % de la población es católica. No deberían incluirme y lo hacen porque mi nombre aparece en el libro de actas bautismal.
¿Por qué era católica? Básicamente, porque cuando nací mis padres me bautizaron tal y como mandaban las costumbres de la época.  Años más tarde y rodeada del maravilloso mundo de los vestidos de princesa, las atenciones de los allegados y los fantásticos obsequios hice la Primera Comunión. Pasaron las estaciones, me convertí en una jovencita, tuve novio y nos casamos por la Iglesia. Debo reconocer que fue uno de los días más felices de mi vida, pero porque me unía a mi pareja y no porque se realizara ese compromiso ante Dios. Ahí tuvimos un primer encontronazo de opiniones. Recuerdo que yo sólo quería un día feliz y reunir a
gente querida para compartir ese momento especial. Hasta propusimos una comida al más puro estilo cinematográfico de El Padrino, donde comían pollo asado, lasaña y reían y bailaban.


Bastó un NO rotundo de mi Madre que anteriormente había  desaprobado con mayor ímpetu un menú en un restaurante chino, muy en vogue por aquellos años en que esta clase de restaurantes no abundaban en nuestras ciudades siendo, a mi parecer,  una novedad muy exótica. Así que, como el banquete no lo pagaba yo y mis padres deseaban de todo corazón una boda “como Dios manda”, dejamos hacer y deshacer a los demás teniendo que pasar por el cursillo pre-matrimonial, la confesión de nuestros pecados, la ceremonia religiosa (que nos reímos un montón porque el cura era muy simpático, pese a ser cura) y la comilona en el restaurante, que hubiéramos celebrado aunque nos hubiéramos casado por el rito balinés. En fin, como dijo Pablo Milanés: no te pido diez papeles grises para amar…

Una vez casada y lejos de la influencia familiar me sentía cada vez más alejada del cristianismo y del catolicismo. Es más, sentía crecer en mi interior una rabia hacia todo lo que envolvía esta religión: la Iglesia utilizó la ignorancia de la humanidad para formar un imperio a base de reclutar a ingenuos influenciados por las amenazas de un purgatorio, a poderosos atraídos por riquezas expoliadas y a ricos ambiciosos de más tesoros.


  Entiendo que durante siglos el hombre se refugiaba en la religión para encontrar explicación a lo que, por falta de conocimientos, no podía explicar. Todo era por motivo divino, sin excepción: las plantas crecen porque Dios las crea, llueve porque Dios quiere, hay enfermedades porque Dios nos castiga por nuestros pecados… ¿pero que me estáis contando? Ahora, con los recursos que tenemos, con toda la información a nuestro alcance, con los conocimientos científicos existentes ¿de verdad continuáis creyendo en Dios, en la Iglesia y en la figura del Papa?

No penséis que soy una insensible. Simplemente me he dado cuenta de que no creo en Dios ni en el Espíritu Santo ni en Jesucristo ni en la Iglesia ni en el clérigo.
¿En qué creo? No es obligatorio creer en “algo” pero desde luego si lo tuviera que hacer creería en los actos de las personas: la bondad, la maldad, la ley universal de acción=reacción…  creo en los médicos que me curan si estoy enferma, creo en el panadero que hace esos croissants de chocolate que me pirran, creo en los lazos de la amistad y sobre todo, creo en todas las manifestaciones de amor. 

 
Los misterios del universo me los revelan los  científicos con pruebas palpables, no con actos de fe. Si algo no tiene explicación, ya aparecerá en Cuarto Milenio. Para todo lo demás no necesito a ninguna religión.
A la Iglesia católica pertenecen todos los bautizados según sus ritos propios y que no hayan realizado un acto formal de apostasía. Así pues, como tengo claro que no quiero ser católica apostólica romana, voy a apostatar.
Amén.
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6 comentarios:

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  2. pues me parece muy bien, yo pienso como tú en este tema, y si alguna vez me caso desde luego no sería por la iglesia.

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  3. pues me parece muy bien, yo pienso como tú en este tema, y si alguna vez me caso desde luego no será por la iglesia.

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  4. Más historietas sobre cómo lo voy hacer y qué me responden: próximamente!!

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  5. Yo también estoy en ello, ya nos contarás, porque según dónde te toque hacerlo o no te ponen problemas o te dicen que no...

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  6. Pues me parece genial, ya lo sabes! :D

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