domingo, 1 de julio de 2012

¡UN ROBO A MANO ARMADA!



Miércoles estás disfrutando de una película en el comedor de tu casa. Aunque hay escenas que te hacen reír, no consigues entender el argumento o la relación que existe entre los personajes.
Semanas más tarde, te desorientas en el supermercado y te pierdes entre los pasillos de alimentación incapaz de encontrar la salida hasta que preguntas a alguien que, amablemente, te acompaña.
Meses más tarde no recuerdas todos los nombres de tus hijos. Siempre falta alguno.
Al año, no reconoces a tu hija.
Con el tiempo, no sabes que las personas que te rodean a diario son tu familia más allegada.
Poco a poco, paso a paso, te adentras en el intrincado laberinto de la mente hasta llegar al punto del no retorno. Estás en un nivel tan profundo que sólo algunos recuerdos de tu niñez aparecen delante tuyo como un espejismo.
Tu cuerpo está presente pero no tu persona que ha desaparecido en los abismos de la mente dormida.

Todos los días "el hombre" da pruebas de su ingenio en el campo de la ciencia y todo el mundo da por hecho que su curiosidad y evolución científica no tiene límites: viajamos al espacio, clonamos seres vivos, creamos grandes estructuras con construcciones imposibles... abarcamos todos los campos por complejos que sean: matemáticas, química, física cuántica, astronomía pero aún desconocemos cómo solucionar "ciertos problemillas" con la creación más perfecta de todas, el cuerpo humano y su fascinante ordenador: el cerebro.

El Alzheimer es una enfermedad que se expande por el cerebro desde la primera célula afectada a la siguiente y después a la siguiente y a otra y a la de más allá. Daña todas las células conectadas a lo largo de un camino y al final, destruye la capacidad de una persona de pensar, sentir y recordar.

El dicho popular "en todas las casa se cuecen habas" es cierto. Sobretodo en la mía. Mi Madre padece esta enfermedad desde la temprana edad de los 50 años. Numerosas señales como alarmas estridentes sonaban a nuestro alrededor, pero la "negación de la enfermedad" fue nuestro peor enemigo.
Aunque numerosos esfuerzos se llevaron a cabo para intentar convencer a mi padre de que existía un grave problema, creo que el hecho de tener a alguien que no reconocía o no quería aceptar la situación fue peor que la propia enfermedad.
El tiempo pasa y uno se cansa y piensa "ya se apañarán" mientras las estaciones se solapan a una velocidad espeluznante y la enfermedad avanza igual de rápido hasta que la situación te sobrepasa como la ola de un tsunami.
La ayuda llega tarde y lo hace con la timidez de alguien que sabe que no habrá un final feliz y empiezan los "...y si", "tal vez entonce debería...", "quizás..." pero son pensamientos y reproches inútiles.

La negación se produjo por ambas partes del matrimonio. Mi Madre, ya de por sí siempre se sintió infravalorada por no tener estudios. Creo que en un principio no quería saber nada de su problema porque se sentía profundamente humillada por el hecho de perder "los pocos" conocimientos que tenía. Una de las veces, para atestiguar este hecho, se negó a acudir a una cita con un neurólogo de la zona porque (y cito palabras textuales) "aún recuerdo todas las tablas de multiplicar, mira: 2X1=2, 2X2=4...). Pero peor me sentí cuando mi padre no ejerció su influencia sobre ella para que se visitara con el médico. Se escudaba diciendo que lo que tenía mi madre era "trastornos menopáusicos típicos de la edad".
Con el paso de los meses, la evidencia se hizo cada vez más palpable. De ser una mujer independiente de fuerte carácter pasó a ser una mujer insegura, depresiva, asustadiza, vacía... Poco a poco fue percibiendo su enfermedad y no paraba de decir frases como "estoy loca", "tengo la cabeza mal"... y la percepción de que "algo" no iba bien fue uno de sus principales motivos de angustia y sufrimiento que la sumió en una profunda depresión.
En el caso de mi Padre la situación fue diferente. No quería hablar de nada relacionado con este tema convencido en que los "trastornos" desaparecerían en cualquier momento. Se volvió hermético y esquivo hasta que abrió los ojos para ver lo que realmente ocurría.

Nada te prepara para el día que tu madre se te queda mirando con una sonrisa ladeada y cuando le preguntas qué sucede te dice: "es que ahora mismo no sé quién eres". Cuando respondes "soy yo, Susana, tu hija" notas como pedazos de ti se rompen y caen en un pozo sin fondo.
Los "trastornos" derivaron en un alzheimer galopante con tercer grado de dependencia.

Ahora volvemos a tener un gran problema entre manos. Pese a que mi Padre no escatima ni un céntimo en mi Madre, se resiste a ingresarla en una residencia. En casa ya no se puede atenderla correctamente. Viven en un primer piso sin ascensor, con bañera en lugar de plato de ducha, espacios estrechos por donde es imposible acceder con silla de ruedas... ¡un desastre! La actitud de mi Padre como cuidador siempre ha sido errónea: no ha evitado la sobrecarga ni ha aprendido a utilizar los recursos existentes para disponer de tiempo personal. El estigma social que comporta una persona con una enfermedad mental es uno de los principales tabús de mi Padre. Se niega en rotundo a ingresarla en una residencia a sabiendas que mi Madre necesita una atención médico-sanitaria que nosotros no estamos capacitados para darle. Siente que su conciencia no está tranquila porque relaciona directamente el ingreso en una residencia con un abandono de su esposa y de sus responsabilidades hacia ella. Está claro que se ha tomado el problema como una carga personal y no se deja asesorar aunque dispone del tiempo de los hijos que le quieren prestar ayuda a expensas de agotar las reservas de energía de estos.
Soy consciente de que mi caso es uno de los miles que tenemos actualmente en todo el mundo pero no puedo evitar tener la opresiva sensación de desesperación y ganas de llorar porque veo a mi Madre y siento que es una injusticia y una crueldad lo que le pasa. El alzheimer se ha encargado de despojar a mi Madre de su identidad y a mí ¡me la han robado a mano armada! y no existe justicia que enmiende el daño ocasionado.

2 comentarios:

  1. Es evidente que en estos casos es necesaria la atención médica puesto que este no es un problema que pueda resolverse con facilidad y por cuenta propia.
    Lo más 'senzillo' sería ingresarla en una residencia pero no se puede hacer mucho cuando la principal persona a su cuidado se niega en rotundo.
    Existen otras opciones como contratar a una persona que esté las 24h en el domicilio aunque creo que es dificil que esta persona sea una profesional en el ámbito médico-sanitraio.
    Creo además que existen residencias especiales. Son una especie de apartamentos en lo que se atiende a los mayores profesionalmente. Les suben la comida, hay zonas comunes, etc. Pero si soy sincera no tengo ni idea de si están en todas las ciudades o es algo demasiado exclusivo. Lo he visto en algunos programas de tv pero desconozco sitios reales.
    La situación es muy delicada y solo espero que se solucione lo antes posible.

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    1. Es delicada y complicada. Sólo podemos hablar, hablar, hablar y hablar del tema para que lleguemos a un "acuerdo" con mi Padre. Se siente mal, juzgado, solo y perdido y lo más triste es que no debería ser así. Nadie lo juzgará por hacer lo que se debe hacer, desde luego solo no está y soluciones hay. A ver como termina esto! Gracias por comentar!

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